miércoles, 29 de julio de 2009

Después de un día.



Después de un día, después del correteo de las venas, después de tanto desenvainar el humor, T quiere reposar un instante. T se incorpora de su silla eléctrica, despliega sus dos brazos frenéticos, cruje su cuello en un instante de círculo y ojea con intermitencia. A su frente, una pared. A su espalda, una pared. A su izquierda una pared. A su derecha, una pared.
T extiende uno de sus dedos (específicamente el mayor). Cree que las coyunturas de las falanges llegan a un límite de pánico. Entonces, T disloca sus falanges. El límite se reabre hasta lo impensado. Finalmente, la punta de su dedo toca el muro. Está intacto y es férreo.
Las cejas de T se enarcan desmesuradamente. Entonces, prepara un nuevo embate de su dedo mayor. El onagro tiene un poco más de ira, pero es exigua. La pared está ilesa.
T prepara otra acometida con el mismo resultado.
El reposo de T se convierte en un martirio de sus falanges.
Después de horas, el dedo tiene marcas de arañazos profundos de la piel del muro. A veces, brota la sangre como una frágil seda. El entrecejo de T permanece torvo en su frente.
Después de un día, la sangre de T riega la pared, pero ella no consiente un estigma solitario. Prontamente, se ramifica por todos los apéndices.
Con modorra, T sigue abatiendo al muro. En los jadeos finales, una mínima grieta se dibujará en la muralla .