martes, 22 de mayo de 2007

Bluff imposible

En un rapto místico, A escribe unos garabatos en la página. Había leído con anterioridad unos fragmentos juzgados ininteligibles. Miró con destreza inusitada aquellas cadenas con picos y depresiones como si se le hubiese revelado un arcano. Creyó con suma vanagloria que en sí podía gestarse el embrión de la poesía. Divinamente, tomó la pluma y garrapateó unas palabras. Su conocimiento de gramática , ortografía y del mismo sistema de la lengua era pobre , más bien nulo. Apenas sabía hilar algunas frases. Luego de parir , rió. La mística se calzó los velos y el manuscrito fue trizado.
El hado que deambulaba por entre bambalinas, salvó el proyecto de la hoguera. Sus brazos lo depositaron en alguna oficina. Allí se desangraba cada tarde, un crítico literario. Por años había intentado descubrir alguna novedad formal, temática (lo que fuera) para salvar su yerma carrera.
Sus ojos se encogieron al leer la obra que, fuerzas desconocidas, posaron en su escritorio. Pero qué maravilla. La fragmentación lingüística en su apogeo, la violación máxima a las reglas de la opresora gramática, la caída de la academia. Aquel elixir subversivo lo llevaría a la gloria. Toda la literatura derribada. Años más tarde, A, quien jamás había salido de su capullo, sería entronizado como la vanguardia poética.

jueves, 10 de mayo de 2007

Necesidad



Borrasca de luto
Paredes hilos de sombra
Dulces miradas que despiden
El adiós que vive.
La vida que dice adiós
Y los fuegos , las heridas.
Tropeles inflamados
De letargo , de hiel.
Ligeras puertas
Del amor
Que vive y dice adiós
Y escapa entre las yemas,
Esquirlas de carne
De luto
De sombra
Que despide
Que vive
Que dice adiós.
Las heridas
De hiel
Puertas
Amor
Adiós

miércoles, 9 de mayo de 2007


Círculo


“El sentimiento de ser un vidrio frágil, un miedo, una retracción ante el movimiento y el ruido” (Artaud)

Once y quince. Se detuvo en once y quince. En veintiséis. Las agujas pesan mucho más en la muñeca. Imbuidas de una carga de plomo antigua y desconocida. Se oye a las veintiséis un pitido herrumbrado. Vendrá de las paredes añicadas, aquellas que contienen millares de insectos atrapados en sus filigranas podridas.
Sale a la calle con una gavilla de frases en el entrecejo, leídas en ese instante en que la luz se hace tirana y la sombra también. Se mira los zapatos y cruza el umbral. (Los muertos nunca penetran sin ser invitados). La postura heráldica de una tarde cualquiera en que se ha creído que vivir es firmar el libro de asistencias, así, sin más.
No sentir / hazaña / la mayor proeza de mi vida es la de seguir aún con vida
En la naturalidad , el exterminio
Existo en el sufrimiento, en la sensación, en el fastidio. Cuando acabo, cuando arremeto contra mis señales, desaparezco bajo el manto humano / Soy nadie / Siempre soy nadie / El egoísmo es una pretensión extrema, vanidosa , falaz/
Cuando el amasijo de almas (¿cuerpos?) apretujó su garganta, se inflamó con un grito vegetal, casi vivo. Su acompañante transitorio lo miró, pero no. Su iris fue a estrellarse contra el muro. Todas las miradas se atropellaron. De repente, alguien pateó con fuerza el suelo del lugar. Varios cuerpos cayeron. Nadie percibió los derrumbes. La otra mitad pateó nuevamente sobre los caídos. Mi boca estaba allí. Recibí un cimbronazo en mis encías. Sangre, única muestra de la fragilidad, sangre que mancha las paredes descalzas. Arte en el muro. El arte de la sangre.
Luego de un lapso , se incorporan. Vuelve la marcha por las vías de la normalidad.
Se acomodó las ropas, y la sintió en el medio de su vientre. La tara de antaño, la malvenida de siempre. Su pulgar latió , latió el párpado. Se inclinó como Sísifo empujando a la roca. Náusea. Ganas de expulsar hasta la última gota de vida , hasta el último jugo de su cuerpo. Desdoblarse por su esófago nervioso, reducirse. Caída libre desde el peñasco infinito.
Nada pasará, sólo el instante de vértigo, la sensación de la nada, un trastabilleo de los hilos. Alguien que pasa le extiende la mano pero no llega a tomarla. Nunca llegará a tomarla. Y así.
Once y quince. Se detuvo en once y quince. Se incorpora de su cama que le implora un poco más de amor.
Con el pitido herrumbrado, comenzará el círculo.